El banco de madera

El banco de madera, pintado con colores unidos en retazos como en una manta, apoyado sobre la pared, presidia la cocina.
Mi abuelo pasaba las horas allí. En un extremo un cajoncito, era el guardián de los cartones de cigarros. Infaltable entre sus dedos. El humo dibujaba sus recuerdos. Y el silencio, seguramente revivía lo que ya había contado.
Pero cuando yo llegaba, los puchos no existían y aparecían las palabras. Escribía, leìa, dibujaba y pintaba, mientras él me contaba historias y sus manos, siempre una sobre otra como acunando recuerdos, se abrían para dejar escapar solo, los mas lindos y divertidos. Un cartel imaginario le frenaba el paso a la tristeza y solo había lugar para las risas.
Un día el abuelo partió. La cocina se modernizó y el banco quedó en el patio. El viento y la lluvia borraron sus colores. Y poco a poco se fue desvaneciendo de la misma manera en que lo hacia mi infancia.
Hoy, tanto tiempo después, se que todo aquello, se fue mudando hasta instalarse en mi corazón. Allí habitan en un rinconcito cálido, luminoso y muy cuidado.
Es que, en ese banco colorido, nacieron parte de mis raíces y alas.