Jazmines entre nubes y pinceladas

Después de leer a Cecilia Pavón y su Diario de una observadora de nubes, debo confesar que, a la hora de escribir, no seré original. Es que lo mío, va muy de espumas celestiales, óleos, acuarelas y acrílicos.
Cuando era niña, miraba el cielo y jugaba con las nubes. La brisa solía ser parte de las escenas románticas. El viento, tomaba el protagonismo en las épicas.
Casi puedo ver mi perfil enfundado en el infaltable "enterito Far West ", hoy lo llamaríamos mono de jean o denim. Recostada sobre el pasto, con los brazos cruzados bajo la nuca. Una pierna elevada y sobre ella, descansando la otra. Y la mirada absorta en el gran, infinito y celeste escenario donde se sucedían las historias. Niños con globos. Bailarinas con tutus plato. Dragones de fuego . Animales fantásticos, exóticos, domésticos o salvajes. Bravos guerreros. Barcos de piratas y hasta náufragos rescatados en pompas de jabón, hacían su aparición en escena, según lo dictase mi imaginación.
El tiempo se fue escurriendo como agua entre mis dedos y desde entonces ha formado ríos con vertientes cristalinas y otras no tanto. Algunos mansos con cursos íntegramente navegables, y otros, revueltos, y tormentosos.
En mi aquí y ahora, un artista ha propuesto jugar al veo veo con su obra. Y ha dicho algo parecido a "Cómo cuando éramos niños y descubríamos formas en las nubes ".
Cada vez, sus pinceladas, corren el telón frente a mis ojos. La función comienza y los protagonistas abandonan el detrás de bambalinas en que parece se ha convertido mi alma. Aprendo del silencio, escucho mi respiración, libero mis animales internos y arreglo el jardín.
Para mí, lo que acontece entre la paleta de color y ese lienzo hace el camino al corazón. Las nubes, hoy son obras artísticas. La expresión de alguien que transmite y llega. Y me da el billete del viaje, que permite que al igual que entonces, cuando el césped era mi alfombra mágica, un dulce perfume a jazmines me alcance y llegue para abrazarme.