La historia que no fue

19.06.2022

Tiene 8 años. Un mechón de pelo lacio y suave le cae sobre los ojos color café. Su cabello es castaño y cuando el sol le da en la cara, deja pinceladas doradas sobre ese jopo rebelde que nunca se queda en su lugar.

La vía costea su casa. El traqueteo del tren acompaña su sueño. Cada noche antes de dormir la luz de una vela ilumina letras que lo hacen parte de grandes aventuras. Puede ser protagonista o el fiel escudero de alguno de ellos. Eso da igual. Cuando lee, las paredes desaparecen para darle pasó al escenario donde toca vivir la historia. Su mirada se vuelve intensa y ciento de estrellitas parecen estallar en sus pupilas.
Otro día ha comenzado. Por la ventana se filtra un fuerte halo de luz que a medida que avanza va ensanchando su base triangular y queda casi como pegado sobre el calendario que cuelga en la pared. La luz del verano parece derretir la tinta de ese 1.948 impreso en el papel.
Se levanta, se prepara rápidamente. Toma de una lata un puñado de bolitas y las guarda en su bolsillo. Son su mayor tesoro y sus compañeras de juego cuando el tiempo libre se deja ver. Es el mes de enero y no hay escuela, así que las esferas de vidrio colorido tienen mucha más actividad.

Cruza la calle de tierra y antes de llegar al otro lado oye esa voz que suena en su corazón más que en sus oídos.

__" Marcio ¿cómo ha pasado la noche mi niño?"

Corre y se deja caer hundiéndose en ese delantal negro que a él le resulta mullido y casi aterciopelado, tan cálido como el abrazo de su abuela.
Es casi una ceremonia. Luego, regresará por la tarde para escuchar juntos la radio. ¡Pero el día no comienza para el sino escucha ese_" Marcio! ¡¡¡Mi Marciño !!!".
Entonces puede empezar por ordenar y limpiar el retablo, ordeñar la vaca y repartir la leche. En verano es más sencillo. La luna se duerme muy temprano y el alba se torna cálida. Lo duro es el invierno cuando el trabajo es el mismo y Marcio comienza a hacerlo cuando aún es de noche. Las manos se le parten de frío y siente el ruido de la escarcha al quebrarse cada vez que da un paso. Pero ahora disfruta del sol. Va silbando mientras camina llevando los tarros con leche recién ordeñada y aún no ha cruzado la vía cuando descubre que, al otro lado, en el gran terreno baldío hay mucho movimiento. Camiones y coloridas casillas como vagones de tren, forman un semi círculo. Hay muchas personas que van y vienen. Se queda bajo la sombra de un árbol. Deja los dos recipientes de zinc sobre el pasto. Apoya su espalda en el tronco, levanta y flexiona una de sus piernas y pone las manos en los bolsillos. Sus dedos juegan con las canicas que guarda en ellos. Mientras observa con gran asombro como toda esa gente, cual hormigas laboriosas comienzan a estirar metros y metros de lona verde y luego la levantan y sostienen sobre altísimos y gruesos palos. Como si fuera magia un circo aparece ante sus ojos y más grande es su sorpresa cuando se entera que el recorrido de su reparto incluye una parada justo ahí. Así es como cada mañana su sonrisa es más amplia. La gente del circo lo espera para desayunar con leche fresca. Se siente feliz. Los conoce a todos, le cuentan de su vida nómade, de las luces, la música, la pista de aserrín y el aplauso del público. Le fascinan sus historias. No puede dejar de mirar a la ècuyere que practica sobre su caballo blanco. Se para erguida sobre el lomo del animal mientras esté no deja de trotar en círculo. Y allí realiza pasos de baile. Esa imagen le resulta alucinante. Le pasa igual con el trapecio. No son personas, son pájaros que vuelan de un lado al otro. En un momento se le acerca un hombre que anda sobre una sola rueda con pedales. Se baja del extraño vehículo y comienza a enseñarle malabares con unas naranjas y luego lo sostiene sobre un tronco con una tabla y practican hasta que mantiene el equilibrio.
Su imaginación comienza a tener alas.! ¡Qué lindo sería abandonar sus aburridas tareas y ser parte del circo!
Y con el correr de los días decide huir de su casa.

Planea todo y está decidido. Elije el día. Y esa tarde luego de escuchar la radio, se despide de la abuela, pero no cruza la calle. Sigue andando, el bullicio, el estruendo de la banda de música y la luz de los potentes faroles lo guían. En plena función es más fácil no ser visto. Es la última que brindan, al otro día levantarán campamento rumbo a otro destino.

Se esconde en el interior de uno de los carromatos, entre canastos con vestimenta de colores, aros, pelotas y clavas. Se queda en silencio y están solos, él y sus pensamientos.

¿Qué pasará en su casa, cuando descubran que él no está? Será triste, pero pronto pasará. Siempre hay mucho trabajo para hacer. A su hermanita, le dejó sobre la mesa su mejor tesoro, la lata repleta de bolitas. Así que se pondrá contenta.

Además, les escribirá cartas y les enviará postales de cada lugar a donde llegue.

¿Y cuándo comiencen las clases? ¿Qué dirán las maestras, cuándo no vean a su mejor alumno? Seguramente, con mucho orgullo les leerán a los chicos los diarios con noticias que cuentan las proezas del pequeño acróbata, que sobre un rolo hace pruebas y malabares.

¿Y su abuela?... Se detiene el tiempo y sus sueños empiezan a caer uno a uno. ¡¡¡LA ABUELA !!!Ya no la vería más. Nadie le diría mi Marciño. No habría mañanas de abrazos ni tardes de radio. Sintió que la garganta se le cerraba. Le dolía el corazón. Un nudo subía hasta su boca y sus ojos se inundaban. ¿Eso sería morriña? ¿Esa cosa fea que le pasaba a su abuela cuando recordaba su tierra y ya no podía hablar porque se ahogaba en llanto? Y entonces una lágrima bajò por su cara y le abrió el camino a muchísimas más. Lloró y lloró hasta quedarse dormido.

La luz que entraba por la ventana lo despertó.

Estaba en su cama. La lata con bolitas seguía sobre la mesa. La tinta del año impreso en el calendario parecía derretirse.

Sonrió aliviado. Todo había sido un sueño.!

Se levantó más rápido que nunca. Cruzó la calle y se dejó caer casi desmayado sobre ese manto oscuro por el que sentía tanto apego. El delantal de la abuela, símbolo de abrazos. El mejor doctor para curar rodillas heridas. La pluma más suave para espantar lágrimas. El lápiz más blando para dibujar sonrisas. Esa tela negra, sinónimo de noches estrelladas que no cambiaría por ningún lugar en el mundo. Su aventura más grande y maravillosa, ese viaje diario hasta los brazos de su abuela.

Luego salteó su paso por el establo y corrió bebiéndose el aire del verano hasta llegar a la esquina.

No había carpa, camiones, caballo ni monociclo. Todo estaba como era. Un simple campo llano en el que él creyó dejar esa historia que no fue. Una suave brisa levantó una nube de aserrín y entonces fue cuando viò un ramo de nomeolvides, esas flores celestes que crecían invadiendo las vías del tren y a su lado un pequeño pero robusto tronco de árbol sostenía una tabla, que en un extremo, tallado con profundidad ponía en letras grandes y prolijas MARCIO.

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