La làgrima del pintor.El tren de mis emociones.

13.04.2022

Un cortometraje muestra, como el sentimiento y la emoción de "El pintor" se vuelve lágrima y cae por su rostro mientras sus manos no dejan de pintar. Esa imagen encierra lo que veo más allá de una pintura. Es lo que, al igual que los relatos, los hace especiales, distintos y los que elijo para plantar las instalaciones artísticas, que al recorrerlas van abriendo almas y dejan paso a la expresión y la comunicación.

Hoy imagino cambiar roles y no facilitar, sino, ser usuaria de arteterapia y jugar a ser parte de acuarelas, oleos o acrílicos que originalmente descansan sobre guiones, esos que yo decido cambiar por mi historia. No la vivida, sino la que me pertenece, porque me trajo hasta aquí.

Soy una niña que corre por un bosque de textos. Juego entre letras que arman el camino a la casa. Entro en la cocina que huele a leña y hierbas frescas. Mis zapatos no son verdes como los del chico del autorretrato, pero también me trepo a la banqueta, abro la ventana y me vuelvo leve con la brisa fresca. No estoy en el pueblo, este nunca lo fue. Pero tiene ese aroma y un cielo tan claro y azul, como solo se encuentran en uno de ellos. La vía serpentea una pronunciada curva, y se hace recta buscando la estación central. Y a su vera es donde todo sucede.

Puedo verlos. Omar tiene diez años, junto a él está la Rubia. Esa vaca tan particular. Casi una mascota. Fiel, compañera y traviesa. Perseguidora de vecinas con bolsas con pan caliente, a las que siempre les roba uno. Fugitiva nocturna y destructora de huertas.

El tren que pasa parece ir vibrando ecos de esas aventuras.

La Rubia y el castigo a sus escapadas. Una noche atada a ese alambre que levantaba en cada fuga. Y su pequeño amigo, abandonando la cama, para estar bajo las estrellas, abrazándola y llorando por lo que consideraba una injusticia. Una luz encendida en la casa de enfrente y el ángel de la guarda una vez más vestido de abuela. La gallega con manos tan rústicas para desatar nudos y tan suaves para abrigar y secar las lágrimas de su Marcio. El niño sensible, inteligente y trabajador. Su nieto, al que solo ella llama así.

El quebracho de los durmientes no guarda solo las voces del tren y entonces cuenta. Y el relato se viste de infancia. Omar y sus hermanos. Marta de seis años y Ricardo de solo dos. Un potrero baldío que da lugar a las tardes de fulbito hasta que una casa comienza a crecer y luego de la mudanza, con perro incluido, una familia se instala en ella y así Marta encuentra una amiguita y compañera de escuela. Olga tiene su misma edad.

Solo hay que cruzar la calle de tierra y esquivar las profundas zanjas y aparece el monte. En medio se levanta la imponente y vieja casona. Ilustración real de las mejores fantasías. Un mirador buscando el horizonte los hace tejer historias de malones con caciques y bravos guerreros acercándose al galope.

Temprano, Omar camina por los senderos de nomeolvides, hasta llegar a la puerta, maciza, altísima y con umbral de mármol. Le lleva la leche recién ordeñada, a la señorita Agustina. Por la tarde, ella invita a las niñas a tomar el té. El gran salón, con pocos muebles y una larga mesa ovalada en el centro, se llena de luz con Olga, Marta y sus muñecas. La fragancia a magnolias entra por las ventanas. Y en la despedida el perfume se va con ellas porque llevan las manos repletas de fresias.

El verano es época de bicicletas y al comenzar la escuela Aurora, la mamá de Olga, las acompaña y lleva al pequeño Ricardo, que la espera cada día y la nombra a media lengua como "doña Angora". Ella lo quiere tanto que alguna vez diseña, corta y cose sobre bolsas de arpillera y el simpático rubio recibe el carnaval disfrazado de oso.

El monte también tiene retamas, que se entrelazan, como estos niños y sus historias, que terminan siendo mías. Ellos tejieron mis raíces.

Cuando los pinceles además de pigmentos llevan el alma del pintor, suceden estas cosas. Hoy, acuarelas y acrílicos me han dejado apoyada en una ventana y desde allí he podido ver a papá, mamá, mis tíos, mi abuela Aurora, y hasta a la bisabuela que un día dejó Galicia.

Hoy como el niño del autorretrato" Tomé el taburete de madera. Me subí en él. Y dije. Aquí estoy"


Referencias:

Acuarela AUTORETRATO y acrìlico sobre guiòn de La casa de papel.Por debajo se vislumbra el texto de una secuencia de capítulo en tinta china. Ambas obras de O´choro.

Cortometraje El pintor de Pablo Palomera, protagonizado por Pedro Alonso.

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