La niña de la manzana

01.04.2022

No solo facilito arteterapia a otros, también lo pongo en práctica conmigo misma. Evocar, soltar emociones, expresarlas, son un bálsamo para la ansiedad y el estrés. Suelo observar pinturas, casi ser parte de ellas para descubrir todo lo que las pinceladas de color pueden mostrarme. Hubo una época en la que pintaba, ya no lo hago, se me da más escribir y muchas veces hago el ejercicio de elegir versos o partes de un relato para usarlos como disparador de ideas y despertador de emociones dormidas.

Hoy las letras de Cortázar llegaron hasta aquí, y el alma sale a buscar recuerdos para liberarlos y ver la magia del vuelo y la calma...

"Ojalá que cuando llegue el día, alguien me sostenga en su cariño, me perpetúe a través del afecto; será la prueba más honda de que no habré vivido en vano".

La memoria comienza a irradiar imágenes. Esas que se me hacen visibles por las veces que me lo contaron.

Estoy a este lado del océano, en un punto del Gran Buenos Aires llamado Florencio Varela. Corren los años 60 y esto es una gran localidad, pero conserva ese especial aroma a pueblo. En el centro de la avenida, relucen los prolijos bulevares, cubiertos de verde y sombra.

La casa de Carlitos está ahí, sobre esa avenida y a la vuelta, en la que tiene local al frente, vivimos mis padres y yo.

Tengo apenas tres años, me pierdo tras el mostrador. Desde ahí me asomo cada tarde cuando él llega diciendo "¿Dónde está mi amiguita Miri?". Me descubre y me lleva hasta la ordenada pila de manzanas para que elija una y luego le indica a papá que le venda una igual de roja y perfumada. La lustra sobre el paño de la manga de su saco hasta casi sacarle chispas luminosas. Me sube y sienta sobre la madera firme de la mesa que hasta hace unos minutos era mi escondite secreto, él se acoda junto a mí. Espera que comience a comer con ganas la fruta y entonces da su primer mordisco.

Me hace gracias e imita cada uno de mis gestos y posturas para hacerme reír. Juega conmigo mientras charla con mis padres. En casa siempre hubo cine, libros, música. Habla de lo suyo, de la peli nueva que está rodando, de lo que escribe. La conversación fluye entre mi padre y él, cada palabra trae a la otra y yo en medio, escucho, guardo y cuido cada una, porque ellas están comenzando a bordar mis alas.

Mucho después supe que los dos tenían la misma edad. ¡Vaya luz la de los bebes nacidos en el 39! Por entonces tenían veintipico, pero él mantenía la apariencia de un adolescente. Parecía recién salido del colegio, con su impecable blazer azul, pantalón gris y mocasines de gamuza.

El tiempo se fue llevando esas tardes en las que además de "amiguita Miri" me rebautizó como "la niña de la manzana ".

Y entonces entraron pisando fuerte, los necios de mente pequeña, vistiendo de prepotencia y represión toda su enorme cobardía. Y todo comenzó a ser más gris y triste.

Varios calendarios después volvieron los días de sol. Pero aquellas tardes ya no regresaron. Los años y la vida las refugiaron en el rincón de la nostalgia.

Dicen que el corazón de Carlos Borsani, dejó de latir en Madrid un 14 de febrero de hace diez años. Yo creo que solo se puso en pausa. La cultura, su arte, el talento, las brillantes ideas, el carisma, el don de gente no tienen punto final. Aunque caiga el telón, las tablas seguirán palpitando. La memoria no tiene cerrojo. Y aquí la niña de la manzana, que hace largas décadas dejó de ser niña, aún sigue escuchando las anécdotas de aquellas tardes, escribe sobre eso y en los versos de Cortázar recuerda al vecino de la vuelta, el que se ganó ser sostenido en el cariño, perpetuado a través del afecto.

¡El que no ha vivido en vano! 

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