Mi mito de origen

29.03.2022

Voy poniéndole nombre a todo lo que siento. Supongo que coincido con Eduardo Galeano en aquello de "Todos tenemos algún vidrio roto en el alma, que lastima y hace sangrar, aunque sea un poquito. Al escribir, siento que puedo sacar un poco de esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel ya no me dañan"

Sin embargo, hace días no puedo cumplir con una consigna. Pensar en mi profesión, o en algo que haga con pasión en la adultez, y evocar alguna escena de la infancia en la que se haya prefigurado esa vocación, se está complicando y no encuentro la razón.

Las imágenes, las ideas, los recuerdos se acumulan. Pero a la hora de escribir, se van cayendo como eslabones rotos de una larga cadena y ya no puedo ordenarlos. Pasan los días y sigo en blanco, hasta hoy, que volví a pasar por la esquina donde alguna vez estuvo la casa de mis abuelos. Ya no queda nada ni nadie de los míos. Todo se convirtió en una fría e impersonal estación de servicio.

Pero esta mañana una ráfaga de nostalgia logró alcanzarme y me vi de nuevo en ese largo banco junto a mi abuelo, apoyada sobre la rústica mesa apretando y deslizando crayones por las hojas gruesas color hueso de un block que él tenía separado para mí.

Al principio solo garabatos. Únicos, irrepetibles. Líneas y curvas a las que se fueron sumando las manchas de color y más tarde los dibujos, con los que muchas veces mi imaginación respondía a las historias que me contaba. Y a los cuatro cuando comencé a leer y escribir, las imágenes y fotos y ese" miro, pienso y escribo" comenzaron a desatar el nudo de relatos que parecía tener guardados de alguna otra vida. Primero letras sueltas, luego palabras, pronto llegaron las oraciones y entonces, ya solo tuve que enhebrarlas unas con otras y volar para viajar muy lejos y recorrer lugares fantásticos sin moverme de ese banco de madera, donde nada malo podía suceder, porque ahí estaba mi abuelo para cuidarme y darme las suaves plumas con las que iba trenzando mis alas.

Cuando tenía doce, el ya no estuvo y aunque fue mi primer gran herida en el corazón, me dejó tantas cosas lindas para abrigarlo, que aún hoy, sé que hay secuencias en mis latidos que hacen música para él.

Cuanto tiempo ha pasado!. Tengo el pelo gris y la piel con líneas que dibujan los pasos que fui dando en este largo camino. Facilito arteterapia que resumiendo es esto de acercar el arte porque este ayuda a expresar una visión sensible del mundo, libera emociones y otorga mayor calidad de vida. Y mirando atrás, pude descubrir mi mito de origen. Me costó encontrarlo porque no fue solo un momento en el que comenzó todo, fueron varios y empezaron en mi más tierna infancia.

A través del color, la fotografía, la música, el relato, comencé a expresarme, a comunicarme, a poner palabras en movimiento y a contar mi verdad y mi abuelo, sin saberlo, en cada uno de esos encuentros pudo gestionar sus emociones, soltarlas y espantar a esa tristeza que se empeñaba en apagarlo. La misma que, aunque terminó llevándoselo, no ganó, porque aún hoy, en este escrito suenan las risas y las charlas de aquellas tardes.

Un banco, una niña, su abuelo, un universo de color, imagen y sonido. Sensaciones, sentimientos y emociones en acción. ¡Ahí fue donde todo comenzó!

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